martes, 27 de octubre de 2009
Lluvia
martes, 20 de octubre de 2009
Es una noche extraña
lunes, 12 de octubre de 2009
Mala tarde
—¿Qué?, cómo ¡parada!, si acabás de subir, qué te pensás?
— Aquí bajo, pará, por favor.
—Pero…
—Pare, pare, no siga avanzando.
— Aquí no puedo parar, más adelante, si querés, pero me voy y perdés tu pasaje, ¿eh?
— Sí, sí, pare.
— Está bien, pero vos estás loco. Acabás de subir, pagaste 15 mangos para ir a Jujuy y te bajas a cuatro cuadras de la terminal. ¿ Estás bien, loco? ¿tenés un mal presentimiento,, te da miedo salir a la ruta, tienes que hacer caca?…
—Abrime ya y dejame bajar…
Luis salió disparado del camión. Corrió dos cuadras de regreso, hacia donde se veía venir el humo, detrás de unas rejas blancas. Con la prisa, las cosas se le venían cayendo. Una pluma se salió tres veces de las distintas bolsas en las que la puso cada vez que la levantaba. A la cuarta vez, ni cuenta se dio. Iba tan apurado que su cuerpo lo malinterpretó y tuvo ganas de orinar. Tantas, que decidió parar a unos metros de la reja, para deshacerse de un poco de prisa. Continuó la carrera cerrándose el pantalón, acto en el que dejó caer el boleto del camión, que por lo demás ya no le servía de nada. Dio vuelta en la esquina y ahí estaban. Eran unos cinco hombres alrededor de una gran fogata, más algunos que se hallaban dispersos.
—¿Van a hacer un corte?, preguntó.
— ¿Corte… de qué?
— Un corte, corte de ruta, insistió Luis agitado, qué demandan…
— ¿Quién?
— Ustedes.
— ¿Yo?
—Ustedes.
— Yo estoy aquí, esperando a ése, dijo uno señalando al tipo que venía por la mitad de la calle con dos bolsas blancas, al parecer con comida, y volteando alrededor, como tratando de entender a quién se refería Luis con “ustedes”.
Luis buscó entre los demás rostros, en busca de algún par de ojos con los cuales cruzar su mirada, pero todos ellos estaban ausentes, o más bien esquivos. Los hombres más cercanos empezaron a moverse, sigilosos, y pronto habían abandonado el fuego. Todos, excepto un viejo.
—¿Un corte?, preguntó el viejo, Ja. Aquí no se ha visto uno desde que se dividió la CCC. Si querés va ahí a la esquina, ahí está un local todo cubierto con carteles, es que estamos en elecciones, y pregunta por Luis, es el hijo del candidato oficialista. Él puede contarte cómo se salieron ellos, su familia, de la organización, luego del asesinato del pibe. Ahora están para diputados y nadie se acuerda del hermanito. Ahí quedó el pendejo, tiradito sobre las líneas que había pintado el municipio, recién. A los que lo golpearon luego se los vio de patovicas en el boliche del intendente. Bueno, eso dicen, que es suyo el negocio y que trafica con minitas bolivianas, pero ve a saber.
— Así que no era un piquete, dijo Luis decepcionado. ¡Pero qué pelotudo! Me bajé del micro, perdí los 15 mangos, quedé como un boludo de mierda con el chofer y con el changuito que estaba ahí mirando, voy a perder la entrevista de la tarde… y luego que el boludo que entrevisté recién es un jodido de mierda, la concha que lo parió, no respondió a una sola pregunta y se hizo el pelotudo dos horas, contándome de las macanas del pueblo. ¡Qué cagada me mandé! Mil veces le dije que me importaba un cuerno si estaban produciendo orgánico en la finca esa que se tienen tomada. Que me dijera si van a cortar la ruta, si llevan palos y piedras, armas, que no me cuente que quieren reforestar y mandar a la mierda la soja transgénica, los desmontes y la minería. La única minería que me interesa es en la que se cazan minas; como en el boli ese que me cuenta. ¿Abren muy tarde? ¿Desde qué hora hay servicio?… Pero, ¿Y ahora qué escribo? Si no tengo algo interesante para esta noche, me echan del periódico… De qué escribo, de qué. En este pueblo de miércoles no pasa nada, de qué escribo…
sábado, 10 de octubre de 2009
La fiesta en paz
El viejo paró su vaivén. No dijo palabra. Amplió la sonrisa, para mirarlas fijamente. Algo dijo ella, que las hizo reír. El hombre siguió inmóvil, con esa mirada profunda que le hacía resaltar la pequeña nariz. Poco a poco reinició el balanceo. Eran sus rodillas; ese dolor infame que lo ponía fuera de la jugada. Siempre fue así: si uno hubiera conocido la historia de ese hombre, que iba de negocio en negocio, parando como si picara en cada flor del camino, como si fuera capaz de probar cada bebida... y de pagarla. Si fuera conocido su sufrimiento, podría adivinarse en sus ojos cada pasaje, cada insoportable viaje en bus, ya fuera parado o si alguien terminaba cediéndole el asiento; cada uno de los partidos de futbol en su vida que, desde aquel día del accidente en la construcción de las vías del ferrocarril, había pasado, la mitad en la cancha y la otra mitad entre la banca y la enfermería –es un decir, una forma en que llamaban al puesto de golosinas donde al entonces joven migrante le regalaban una bolsa con hielo para aligerar el dolor.
La mujer con el cabello pintado no podía parecerse más a la candidata que un cartel en la plaza proponía para diputada local. Su acompañante bien podía ser una estudiante de leyes incursionando en las sucias ramas de la lambisconería, el engaño y el cálculo de daños menores del habitus político estatal. Pero no, ni una era candidata ni la otra estudiaba leyes, sino literatura. La rubia del cabello corto era peinadora.
Ambas miraron al viejo. Sonrieron, como si adivinaran que, al menos en esa hora del café y con el calor que sus propias manos les aplicaban, las rodillas del viejo sentían algún alivio, y por fin la peinadora preguntó: ¿Duele? –Sí, duele, balbuceó el viejo. -¿Desayunó? –Y, no. En ese momento ponía la mesera un plato con medialunas y una taza de café en la mesa del viejo. -¿Está solo? Venga para acá. Siéntese acá.
Un hombre de pelo cano pero con apariencia juvenil se había levantado a ayudar al viejo. Tomándolo por los hombros caminaba sonriente detrás suyo. Ya cuando estaban a un paso de la mesa habló algo con la peinadora. Desde su mesa, la acompañante del hombre cano observaba la escena, participando con el cuerpo girado sobre la silla inmóvil. Con un codo apoyado en el respaldo y el otro sobre la mesa, levantaba su taza, esperando una señal para levantarse y brindar, o hacer cualquier otra cosa que el acontecimiento indicara.
El viajero permaneció sentado, mirando. En otras mesas habían comenzado cuchicheos y un intercambio de miradas y sonrisas. El viejo ya estaba en la mesa de las mujeres, pero su café y las medialunas esperaban en donde las dejó la mesera. En toda la cafetería el ruido y los movimientos se intensificaban. El viajero sentía pesada la mirada de la joven de ojos líquidos. Entonces se levantó en dirección de la ventana, como si en el acto de salir por ahí y no por la puerta encontrara una liberación más definitiva. Se detuvo en la antigua mesa del viejo experto en vías para ferrocarril, tomó la taza y el plato de medialunas y volvió con toda la autoridad que en ese momento el par de objetos le otorgaban. Como un paje que camina firme con el báculo y la corona del rey, se acercó a la mesa, colocó el café justo enfrente del viejo; el plato de medialunas a un lado, casi en la orilla, como si pretendiera que, con la intención de ponerlas a salvo la joven se estirara y casualmente chocaran sus manos. No fue así.
La cafetería empezaba una fiesta como nunca se vio. Tanto que resulta indescriptible. Afuera, alguien dio aviso y un tanque preparaba y apuntaba su cañón para volar en pedazos la cafetería, como efectivamente sucedió.
* Por supuesto, el nombre de este blog está tomado de la famosa obra que Antonio Gramsci escribiera desde una cárcel milanesa hace exactamente ochenta años, y que desde los años setenta ha sido publicada como “Los cuadernos de la cárcel”. Poco se parece la situación italiana del fascismo de los treinta a la del México del bicentenario. Aunque poco no quiere decir nada. Las semejanzas entre Benito y Felipito (por supuesto que no hablo de Don Gato y Mafalda) las encontrará el lector por su cuenta.
Con todo, las líneas que se comparten en este blog fueron realizadas desde la calle y no desde una cárcel. Aunque, efectivamente, pisaron primero algún cuaderno. ¿En libertad? Bueno, la respuesta es relativa y da para más preguntas que afirmaciones: ¿Puede hablarse de libertad en la actualidad, cuando somos vigilados por cámaras “de seguridad” en las tiendas de autoservicio, en el metro, en las calles, en las escuelas y oficinas…; cuando el pensamiento dominante prescribe desconfiar, vigilar, acusar al semejante; cuando los medios de comunicación nos machacan todo el día con el terror y la enajenación; puede hablarse de libertad, en fin, en el capitalismo?
Más de uno ha señalado ya que la democracia liberal lo que vino a legitimar fue precisamente la libertad acotada al dinero. Mientras en el feudalismo el esclavismo y la desigualdad eran legales, en el capitalismo son legítimos con base en el poder económico.
Sin embargo, siempre quedan resquicios para la emancipación. Los cuadernos de la calle pretenden únicamente contribuir con una uñita, como dicen los zapatistas, para rasgar una línea, una forma, en el muro que divide a los de arriba y a los de abajo, en el paredón al que suelen ser condenados aquellos que una y mil veces se rebelan en la historia; ese Muro que un día caerá no como “fin de la Historia” y supuesto triunfo final del capitalismo, sino sobre la cabeza de los capitalistas, como derrota definitiva del capitalismo y el pensamiento único, hegemónico, dominante, heterogeneizante. Será el principio, pues, de las historias, los cuentos, las utopías, las emancipaciones, las libertades…