Líneas y formas para llevar

Si te gusta algo de aquí, puedes usarlo libremente, siempre que no seas una empresa capitalista, alguien que explota la fuerza de trabajo ajena, un represor o un transa que quiere adjudicarse estas líneas callejeras... *

José Kaff

sábado, 28 de noviembre de 2009

Girar


Ela empujó la puerta con el zapato negro. Despacio, sin fuerza; su talón se fue doblando hasta que un impulso de mi brazo liberó la puerta. Ella se giró, probablemente sobre el otro pie, y detuvo la puerta con las nalgas. Su cara quedó un poco más cerca de la mía. Un mechón cayó sobre su cara y sus ojos se entrecerraron. Puse la cajita con el pastel en sus manos, justo a la altura de su pecho. Un rayo de la luz de la lámpara de la plaza aprovechó que mi sombra se movía para tocarle el pecho izquierdo, que se asomaba distraído. La piel se le enchinó y una lágrima bajó lenta por su mejilla.
— Buenas noches, chapas.
— Buenas… gracias.
Se agachó un poco más y simuló un intento de abrazo, pasando el mechón muy cerca de mi cara. En su cuello, puede percibir el efecto de la noche en su perfume. La piel de Ela volvió a enchinarse. Esta vez la mía también. Pude sentir cómo el olor bajaba por dentro de mí, como un relámpago que se me estrellaba en el pubis.
Enderezó su cuerpo para volver a girar, quedando dentro del edificio. Subió como una sombra, envuelta en la gabardina negra. Una lámpara de la plaza aprovechó el último instante para acariciar sus piernas.
Yo también giré. Di dos pasos y comencé a elevarme. Seguí caminando y alcancé un tejado cercano. Ahí me detuve y vi cómo Ela subía las escaleras, ya adentro de su casa. No llevaba la gabardina. Subió quitándose la ropa. Entró al cuarto solamente con zapatos y la falda roja. Sus pechos colgaban sonriendo, mientras el brassiere negro le colgaba de los hombros. Su pierna se estiró por debajo de la falda, mientras ella distraída soltó la correa al zapato. Dobló la pierna y lo hizo caer. Repitió la operación con la pierna izquierda, pero esta vez se detuvo para masajear el talón lastimado. Un rayo subió por su pantorrilla, en la rodilla se separó y corrieron dos hormigueos, uno por fuera y otro por dentro de su muslo. Éste la hizo doblarse para buscar en su empeine el punto exacto del placer.
Trató y buscó, pero por más que se sentía cada vez más excitada, un rayo tal no volvió a aparecer. Poco a poco fue subiendo por la pierna esos remolinos que dibujaba con los dedos, hasta que el índice ágil entró por un costado del calzón, dio una vuelta más y, aprovechando el jugo de su sexo, se clavó lentamente en las arenas movedizas de su propio cuerpo.
Lenguas húmedas se abrían a su paso, sólo para volver a apretarlo y dificultarle la salida. Algo lo hizo clavarse rápido, buscando el fondo de esa caverna interminable. Ela levantó la cabeza, señalando cada rincón del mundo con la punta de un mechón cada vez más  grande. Apretó los ojos y las piernas, abrió la boca y se giró doblándose sobre la cama. Calló despacio. Abrió las piernas y fue sacando el dedo lentamente. El índice giró una vez sobre el monte pubis y dio paso al dedo medio. Éste, con mejor suerte, no encontró el fondo pero sí un punto, un lugar, un hueco, algo que pareció ser lo que estaba buscando. Ela tembló, gimió y se giró sobre la cama, sin sacar el dedo. Así se quedó dormida.
La luz de su cuarto siguió prendida mucho tiempo. Yo temblaba en la lluvia que comenzó justo después de que la escuché gemir. Había estado mirando la escalera vacía por un buen rato. Bajé del tejado con un brinco. En cada paso me fundía con el agua de los charcos. Iba pensando en aquel día que Ela me besó al bajar del camión. Fue la primera vez que caminé sin pisar el suelo. Di vuelta en la esquina y no supe más de mí.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Por alguna razón, en este blog casi todo mira a la izquierda...

Había unas feministas que creían en el Estado (y viceversa)

Había una (y otra vez) unas feministas que creían en el Estado. Qué raro, pero así era. “Este país es una mierda”, dijeron, escribieron, gritaron, y hasta pintaron en las paredes, seguido de consignas diversas que denunciaron el maltrato, la discriminación, la violencia, el abuso, la injusticia hacia las mujeres; en fin, el machismo, el paternalismo y todo eso de lo que Engels hablaba en su tediosa obra que Silvio Rodríguez resignificó en más o menos tres minutos de “nueva canción cubana”. Paro a las feministas no les gusta Engels, ni mucho menos Marx, el abusador de sirvientas.
Bueno, pues nuestras feministas se juntaron y rápidamente elaboraron la Carpeta rosa. Un archivo bien documentado y detalladísimo de casos de todo tipo de violencia hacia las mujeres en ese país de mierda. La llevaron a la tele pero no consiguieron más que unas entrevistas bastante amarillistas y con muy poco contenido de género. “Vea usted cómo en esta pobre casita la desesperación ha llevado al jefe de familia a una violencia inexplicable para cualquiera en sus cinco (sentidos)”, dijo la conductora, mientras en la tele se mostraban las partes más sucias y derruidas de la casita videograbada, y la cara moreteada de una mujer.
Aunque tampoco fue en vano. La noche de la transmisión llamó la diputada Pedraza, para anunciar que en su partido esas “mujeres luchonas y comprometidas de la sociedad civil” tendrían cabida y una respuesta a sus justas demandas. “Yo me comprometo ante este auditorio…” comenzó a decir la diputada antes de que una voz la interrumpiera para avisarle que no estaba “al aire”, que aunque en el programa se dijera que era “en vivo”, éste había sido grabado ayer. “Pero le transmitiremos su mensaje a Las Rosas”, que es como había decidido llamarse el grupo de feministas.
En realidad, había sido sólo una parte de ellas; bueno, sólo dos, que eran las que asistieron a la televisora para aparecer en entrevista. Aparte de doña Petra, quien daría su testimonio, pero ella no contaba, no le preguntaron su opinión cuando hubo que decidir un nombre, justo a punto de empezar la grabación. Y es que no era formalmente miembra de la organización “Las Rosas. Un paso adelante”, que es como finalmente terminaron llamándose, luego de una discusión en asamblea.
Llamaron a Pedraza, pero ella ya no estaba tan segura: “Compañera, esos son temas muy importantes, pero en el partido tenemos otras prioridades”, le había dicho Ortega. “Nos vamos con el Azul”, dijeron las Rosas… Lo que al final motivó una llamada directamente de la secretaria de Ortega.
“Con las leyes que aprobamos hoy”, dijo Pedroza el mismo día en que asumió como presidenta del Congreso, “el Estado recupera la fuerza y el país la dignidad. ¡No más familias desechas por la violencia y la inhumanidad!”, gritó.
Un mes después, don Tacho era encarcelado, acusado de mirar a una mujer en el metro. Don Tacho llegó a la delegación con el cargo de resistencia ante la autoridad, por negarse a entregar sus cd de música pirata, y por alborotar. Lo detuvieron porque se negó a dar “mordida” y a entregar su mercancía. Se había puesto a gritar: “que a quién carajos se le ocurría pensar que la música es propiedad de alguien, que la cultura no puede ser patrimonio de nadie, bla, bla, bla, señor juez”, dijo el policía.
Minutos después ya se estaba “careando” con una secretaria que se levantó y dijo que don Tacho la había mirado en el metro, que se asomaba insistentemente sobre el escote y que su mirada era sugerente. Don Tacho no entendía nada, pero fue directito a la cárcel, porque lógicamente no podía pagar la multa que, aprovechando una justificadísima ley impulsada por Pedraza, su partido y las feministas, el ministerio público quiso arrancarle.
No puede relatarse la situación en la que quedaron la madre, la esposa, el hijo y la hija de don Tacho, ni queda espacio suficiente para señalar la violencia estatal y social que significó para estas personas el encarcelamiento del Jefe de familia.


martes, 10 de noviembre de 2009

No traemos miedo

Cómo se le explica a un asaltante bonaerense que en estos días los mexicanos ya no creemos en nada; que en ese país a los policías los han tenido de disfrazar como máquinas de película; que hace tres años televisaron horas enteras las caras sangrantes, las pieles moradas, los rostros heridos de Atenco, que a Oaxaca la asediaron con barcos y aviones de la marina, que en Acteal nos mostraron uno de los rostros más horribles de la violencia de Estado...

        Esta tarde, cuando el aire de otoño por fin se decidió a acompañar con nubes semi teñidas a las hojas que ya hace días abandonaron sus árboles, cuando las señoras de sociedad recomiendan no alojar mexicanos en casa y los políticos aprovechan la terapia de shock —que el poder transnacional infringe a través de los cerdos en México— para apelar a los nacionalismos, un joven, seguramente arrojado a la calle por los camisas pardas de Macri, se acerca aparentemente ofreciendo una revista que el anterior gobierno citadino (PJ) creó para paliar un poco el hambre de los sincasa, quienes solían venderla para ganarse unas monedas. Dice algo parecido a que le demos una ayuda para que deje de vivir en la calle. “No tenemos dinero”, decimos con tono de mentira. Luego pregunta de dónde somos, y fatalmente cae en la tentación del tema de moda, el orden del discurso dominante: “¿Vinieron huyendo de la epidemia esa.?” Trata de aprovechar la broma para espantarnos. Bajito dice que en la cintura tiene un arma y no quiere lastimarnos. El desenlace es confuso y cada uno tiene sus conclusiones, cada quien (Ela, el tipo y yo) recuerda de manera distinta lo que pasó después; es decir, cada cabeza registró y privilegió distintos detalles, que juntos armaron historias diversas, dando sentidos diferentes al final de este altercado. Ela ya estaba casi sobre la calle cuando decidimos irnos de ahí.
        Si nos hubiéramos quedado, si nos hubiese espantado la amenaza del arma en su cintura o del revólver en poder de su compañero, probablemente nada de esto pasaría por nuestras cabezas. Otro tipo de reflexión, nos ocuparía.
        El problema, debe pensar el desdichado, es que no tengo un arma. La ventaja, piensa Ela, es que es tan distraída. La desdicha, pienso, es que ya no traemos miedo a las cosas comunes; tanto han gastado en espantarnos, que ahora apenas tememos al terror.  

sábado, 7 de noviembre de 2009

El cuento de la Pachamama

Morada caminó a la ventana. Abrió la boca y dejo salir una nube que, al estrellarse con el vidrio, empañó las montañas más redondas y lejanas que esta perspectiva suelen regalarle. Se agachó un poco, apuntó con la mirada y dibujó dos montes con el dedo.

A miles de kilómetros de ahí un indio quechua escribía un poema para el encuentro pastoral del fin de semana. No sabía que Morada ya lo había pensado. Bascopa asegura que antes lo dijeron sus antepasados, que debió perderse en alguna esquina ensangrentada de la historia, que así es como describieron los antiguos a la Pachamama. Pero Morada habría argumentado que cómo era posible que ella lo supiera, si no fuera que ELLA lo había inventado. “Descubierto“, corrige Yayá Cucho.
-Se dice “descubierto“, tú no lo inventaste, lo viste en la ventana. ¿Acaso tú pusiste ahí los cerros? No, ¿tú sembraste el pino y la ceiba que estaban antes ahí? No, ¿tú los cortaste? No.
Morada, callada, se quedó mirando a Yayá. Bajó la vista y tardó un largo minuto en empezar a llorar. Él tardó mucho más para convencerla de que no la estaba regañando.
Morada por fin levantó la vista. Yayá había logrado empañar el área más grande de la ventana que alguien hubiera podido jamás. En realidad parecía que había traído toda la niebla del mundo. Morada sonrió. Aprisa volvió a pasar el dedo por el contorno de las montañas, teniendo mucho cuidado de no rasurar los pezones de la Pachamama.
-¿Sabes, Yayá? Las montañas son las tetas de la Tierra, ¿viste cómo en esos dos montes los pezones se miran bien clarito?
Lejos, Bascopa tachonea su poema. Vuelve a escribir. Tachonea y regresa a la idea inicial. “Lo dijeron los antepasados“, insiste, “no hay mucho que pensar“.
Morada se acercó a la ventana, sacó la cabeza y dejó escapar el suspiro más grande del mundo. El mundo se nubló. Yayá pasó el dedo por el paisaje dibujando una escalera. Ambos subieron. Desde el cielo dijeron: “es cierto, la Tierra es una mamá”. Luego bajaron, llamaron a Ela. Se la quedaron mirando. ¿Viste como a sus chichis parece que les hubieran cortado unos árboles?
Bascopa terminó su poema. Hablaba de las partes del cuerpo de la Pachamama. Al padre Manolo le encantó.



* Por supuesto, el nombre de este blog está tomado de la famosa obra que Antonio Gramsci escribiera desde una cárcel milanesa hace exactamente ochenta años, y que desde los años setenta ha sido publicada como “Los cuadernos de la cárcel”. Poco se parece la situación italiana del fascismo de los treinta a la del México del bicentenario. Aunque poco no quiere decir nada. Las semejanzas entre Benito y Felipito (por supuesto que no hablo de Don Gato y Mafalda) las encontrará el lector por su cuenta.

Con todo, las líneas que se comparten en este blog fueron realizadas desde la calle y no desde una cárcel. Aunque, efectivamente, pisaron primero algún cuaderno. ¿En libertad? Bueno, la respuesta es relativa y da para más preguntas que afirmaciones: ¿Puede hablarse de libertad en la actualidad, cuando somos vigilados por cámaras “de seguridad” en las tiendas de autoservicio, en el metro, en las calles, en las escuelas y oficinas…; cuando el pensamiento dominante prescribe desconfiar, vigilar, acusar al semejante; cuando los medios de comunicación nos machacan todo el día con el terror y la enajenación; puede hablarse de libertad, en fin, en el capitalismo?

Más de uno ha señalado ya que la democracia liberal lo que vino a legitimar fue precisamente la libertad acotada al dinero. Mientras en el feudalismo el esclavismo y la desigualdad eran legales, en el capitalismo son legítimos con base en el poder económico.

Sin embargo, siempre quedan resquicios para la emancipación. Los cuadernos de la calle pretenden únicamente contribuir con una uñita, como dicen los zapatistas, para rasgar una línea, una forma, en el muro que divide a los de arriba y a los de abajo, en el paredón al que suelen ser condenados aquellos que una y mil veces se rebelan en la historia; ese Muro que un día caerá no como “fin de la Historia” y supuesto triunfo final del capitalismo, sino sobre la cabeza de los capitalistas, como derrota definitiva del capitalismo y el pensamiento único, hegemónico, dominante, heterogeneizante. Será el principio, pues, de las historias, los cuentos, las utopías, las emancipaciones, las libertades…

Seguidores

Datos personales