Líneas y formas para llevar

Si te gusta algo de aquí, puedes usarlo libremente, siempre que no seas una empresa capitalista, alguien que explota la fuerza de trabajo ajena, un represor o un transa que quiere adjudicarse estas líneas callejeras... *

José Kaff

domingo, 3 de enero de 2010

Tortugas en el metro

Ahí van, como piedras preciosas en un hormiguero. Las bocas tapadas, también los ojos. Idénticos entre sí, destacan de la multitud no sólo por su apariencia extranjera sino sobre todo por una exagerada forma de vivir la experiencia del turismo. Son como un par de tortugas negras, con sus mochilas de plástico rígido cual caparazones en el pecho, cada uno mirando el hormiguero con sus rasgados ojos, bien protegidos debajo de unos lentes a la moda, por sobre el cuadro blanco que cubre el resto de sus caras. No hablan, miran de frente. Bien estirados en sus asientos parecen seguir al píe de la letra todas las indicaciones de un manual del buen turista, o del vendedor japonés que desde un escritorio del otro lado del mundo supone que el metro en México debe suponer una aventura digna de experimentar, con todas las precauciones de los “extreme games“, lo que incluye el equipo necesario, pero especialmente la actitud correcta.
“Si ud. hace lo que le digo, es bastante probable que nada le suceda en esta aventura en el otro mundo”, debe haber dicho el agente de turismo.
Un hombre alto, desparpajado y de actitud muy segura cruza el vagón. Se sienta frente a mí y se queda mirando de frente, como si en la ventana pasaran una telenovela, de esas que hay que observar absortos que nada pase. Tiene un tatuaje indescifrable en la mano derecha. Se escurre en el asiento. Es narcotraficante. Bueno, en realidad no es ESO lo que lo define, aunque entre sus actividades se encuentra la de haber traficado con algunas drogas. Acaba de salir de la cárcel, parece que apenas hace unos días. No piensa cometer ningún delito, pero tarde o temprano tendrá que comer. Sí, sabe que sería mejor buscar un trabajo, pero ha preguntado y nadie de sus conocidos tiene empleo desde hace más de tres años...
Por el momento disfruta viendo todo con nuevos ojos. Viajar en metro es algo que hizo durante toda su vida, pero que lógicamente no se puede hacer mientras se es convicto. Le parece fascinante. ¿Qué quiere decir esa calcomanía mal pegada en lo alto del vagón, en donde debajo de una cara muy seria se lee: “Nos vemos en 2010”?
El hombre que se sienta a su lado ni siquiera lo ha notado. Al subir, él observó a todos los pasajeros que quedaron a su paso. A mí, por supuesto. En Balderas una lluvia de recuerdos le moja los pensamientos y lo hace brincar del asiento casi a punto de que se cierren las puertas. Baja. Se dirige al hotel Garage Cecilia, para buscar una aventura de 100 pesos. Antes habría pasado al cine Teresa, si le quedara en camino. No sabe que las cosas han cambiado un tanto en el centro de esta ciudad.
Los japoneses también bajaron en Balderas. Ni unos ni otros sospechan que sus vidas se cruzarán indefectiblemente en los próximos minutos. Pero nada de lo que sucedió después me consta. Tras el cierre de las puertas siguieron pasando estaciones, una tras otra, División del norte, Zapata...

* Por supuesto, el nombre de este blog está tomado de la famosa obra que Antonio Gramsci escribiera desde una cárcel milanesa hace exactamente ochenta años, y que desde los años setenta ha sido publicada como “Los cuadernos de la cárcel”. Poco se parece la situación italiana del fascismo de los treinta a la del México del bicentenario. Aunque poco no quiere decir nada. Las semejanzas entre Benito y Felipito (por supuesto que no hablo de Don Gato y Mafalda) las encontrará el lector por su cuenta.

Con todo, las líneas que se comparten en este blog fueron realizadas desde la calle y no desde una cárcel. Aunque, efectivamente, pisaron primero algún cuaderno. ¿En libertad? Bueno, la respuesta es relativa y da para más preguntas que afirmaciones: ¿Puede hablarse de libertad en la actualidad, cuando somos vigilados por cámaras “de seguridad” en las tiendas de autoservicio, en el metro, en las calles, en las escuelas y oficinas…; cuando el pensamiento dominante prescribe desconfiar, vigilar, acusar al semejante; cuando los medios de comunicación nos machacan todo el día con el terror y la enajenación; puede hablarse de libertad, en fin, en el capitalismo?

Más de uno ha señalado ya que la democracia liberal lo que vino a legitimar fue precisamente la libertad acotada al dinero. Mientras en el feudalismo el esclavismo y la desigualdad eran legales, en el capitalismo son legítimos con base en el poder económico.

Sin embargo, siempre quedan resquicios para la emancipación. Los cuadernos de la calle pretenden únicamente contribuir con una uñita, como dicen los zapatistas, para rasgar una línea, una forma, en el muro que divide a los de arriba y a los de abajo, en el paredón al que suelen ser condenados aquellos que una y mil veces se rebelan en la historia; ese Muro que un día caerá no como “fin de la Historia” y supuesto triunfo final del capitalismo, sino sobre la cabeza de los capitalistas, como derrota definitiva del capitalismo y el pensamiento único, hegemónico, dominante, heterogeneizante. Será el principio, pues, de las historias, los cuentos, las utopías, las emancipaciones, las libertades…

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