Líneas y formas para llevar

Si te gusta algo de aquí, puedes usarlo libremente, siempre que no seas una empresa capitalista, alguien que explota la fuerza de trabajo ajena, un represor o un transa que quiere adjudicarse estas líneas callejeras... *

José Kaff

lunes, 22 de febrero de 2010

Se busca el unicornio azul

José Luis decidió poner un anuncio en el periódico: “Se busca unicornio azul”. Era una idea anticuada, pero por lo tanto más romántica que enviar “una de esas cadenas” por internet. De qué se trata, se preguntó retórico J. L., de un acto simbólico inscrito en una corriente artística, en el ambiente de una época, aunque sea pasada (…de moda) y de esa forma en un campo semántico capaz de otorgarle al mensaje la potencia que requiere, o de hacerlo circular por un medio probablemente más efectivo, más amplio, pero menos público, más limitado a la voluntad de una serie de “nodos”, cibernautas, que forman parte de un rizoma trasnacional, pero culturalmente delimitado.
            De lo primero, por supuesto, dijo en voz alta, al tiempo que daba a su computadora la señal de enviar. El mensaje sería publicado en la sección de anuncios de un diario relativamente popular y que era leído en esa misma medida, pero no tenía por qué salir de su casa, si el trámite podía hacerlo en su computadora… O sí. “Claro, en qué estoy pensando, por supuesto que hay diferencia”, dijo al gato. Imprimió el mensaje y salió poniéndose la chamarra, y con el papel todavía en la mano.
El hombre del mostrador preguntó si era una broma:
—No podemos publicar eso; tiene que llenar todos los rubros del formulario, modelo, marca…
—No es un auto, es otra cosa.
—Tiene que especificar la “cosa”.
—“Un unicornio azul”, dice ahí.
— Eso no existe.
— Da igual, usted está para recibir el anuncio y cobrarlo, aquí están el dinero la redacción como quiero que aparezca publicado.
— Tengo que revisar que todo esté bien llenado, así que yo decido si se ingresa o no, y así no se acepta.
— Ok, amigo, disfruta de tu breve espacio de poder…
— ¿Mientras dure?
—Mientras dure.
El hombre estaba erguido y con ese aire de “así es la vida”, que resultaba bastante insoportable, más por la aceptación implícita y conformista de su miserable condición, que por el fracaso al que condenaba su despotismo.
“Se parece al imbécil taquillero de la Cineteca”, pernsó J. L.
De todas formas, el anuncio se había registrado por internet, pero J. L. consideró que el acontecimiento sería incompleto si no hacía todo el trámite institucional —aunque estuviera caduco— de acudir a una oficina para publicitar su anuncio. “Se busca unicornio azul. Urge recuperarlo, cualquier información, al 55 40 04 45”.
Había pasado tanta vida… Sabía que existía sólo una persona en el mundo que podía dar cuenta de lo que él llamaba su unicornio azul. Era una esperanza, una promesa de la vida que la misma vida se había encargado de no hacerle; era de hecho una vida que la vida había dado por terminada. “Un girasol en un salar”, solía decirse… “pero que sin embargo, a pesar de tanta vida, sigue vivo, y reconociendo al sol cada mañana que sale, y despidiéndolo por las noches, sin vacilar una sola vez por el brillante reflejo del paisaje”.
Poco tiempo después, en otro lugar, Morada decía desde su silla, frente a la pantalla: “Mira qué chistoso anuncio, mami. ¿El unicornio azul es una canción?”.
— No… Es otra cosa. Déjame ver.

domingo, 21 de febrero de 2010

El centro sin esquinas

Al centro lo quieren ver sin esquinas, dijo Eli, mientras se quitaba el brassiere de olanes negros. Se miró en el espejo. Dio una vuelta metiendo la panza, apretó las nalgas, pero antes de llegar a vérselas reviró el giro, acercando la cara bruscamente al espejo. Se quitó algo del ojo izquierdo y repitió: “Al centro lo quieren ver sin esquinas; un negocio redondo”. Se acarició los pechos y salió.
En un sillón a media luz, un hombre grande y gordo levanta una copa espumosa. Se limpia la barba y alza la vista. Su mirada penetra a Eli, la rebasa, sale por la ventana del lujoso baño e inicia un viaje fantástico por la noche. Luces de ciudad, todo en orden. Parece Las Vegas, pero es mejor que Las Vegas, piensa. “Ciudad de México“, dice el gordo en voz alta. Eli no se inmuta, parada en la puerta del baño, inmóvil, hasta que de pronto inicia su actuación. Al vuelo recoge una nota del aparato que suena no se sabe dónde.
Da unos cuantos pasos, demasiados, piensa, para ir del baño al sillón. Quién puede sostener la mirada ardiente durante un transcurso tan largo. No detiene el baile, su cuerpo sigue moviéndose, y a pesar de todo, sus ojos conservan el fuego.
Las piernas largas y bien formadas se muestran con todo su esplendor, apenas iluminadas por una lámpara de piso en cuyo alto se levanta una réplica del Ángel de la Independencia forjada en oro. 
El viaje del gordo se detiene justo cuando al pasar la mirada por el negro profundo que ubica entre las piernas de Eli. Lo penetra. Entre sus propias piernas sucede un intento de erección, insuficiente para levantar cualquier cosa debajo de esa norme barriga peluda. Intenta concentrarse, pero se cruza una idea que viene quién sabe de dónde, justo al mismo tiempo que una flecha le atravesaba la cabeza a la altura de las sienes, haciendo deslizar una gota oscura y brillante por la cara y hacia la barba. 
“Un centro sin esquinas... ¡Haremos las calles circulares!“ Se vio de pronto ordenándole esto al político que no acababa de poner las nalgas en el sillón de piel, y que sabía que tendría un mandato al salir de esa oficina, en las alturas de quién sabe qué torre “inteligente“. 
La mano de Eli intervino en el vacío; la imagen de sus dedos penetrando en el infinito hubieran provocado en cualquier cuerpo sano el mayor de los estremecimientos, pero este gordo es imbatible.
“El centro lo quieren sin esquinas”, repitió Eli en voz alta, justo cuando el gordo dejaba caer la cabeza en el respaldo del sillón y la copa se estrellaba en el tapete persa que delimitaba el espacio privado del cerdo magnate.
- Es un negocio redondo, acéptelo
-¿De qué chingaos me estás hablando?
- Ustedes quieren al Centro histórico sin esquinas.
- ¿Quiénes son “ustedes“; yo no soy “ustedes“, yo soy Yo, y el “Centro histórico es mío”, y hago con él lo que quiero.
El ombligo le brincaba en el centro de la enorme barriga. Eli dio media vuelta y se enfiló hacia el baño.
-¡Ve acá, tú también eres mía, yo te voy a pagar y haces lo que yo te diga!
-¡Usted no paga un carajo, usted roba, y conmigo no va a hacer más negocios!, alcanzó a decir ya casi iba alcanzando la puerta del baño.
Al atravesar el umbral, las nalgas de Eli brillaron como un relámpago.
- Ustedes quieren acabar con las esquinas... nos quieren a todas a su servicio en hoteluchos como este. 
Lo dijo apretando las nalgas de una manera sublime, mientras recogía algo de ropa en la entrada del baño. El gordo lo sintió como si le estuviera apretando el todavía flácido y pequeño miembro que se agazapaba debajo de su barriga. No hubo erección, sólo una repentina eyaculación, acompañada de un casi imperceptible gemido, que anunciaba el último latido de un músculo que no podría llamarse corazón.

Eli prosiguió su discurso en el baño: “Ustedes se creen el centro del universo, el ombligo del mundo; nosotras sólo reclamamos una esquina en la periferia, un metro cuadrado en donde trabajar dignamente... no a vendernos como creen ustedes, no a prostituirnos, como hacen ustedes, no a robar a todos, como acostumbran ustedes”.
Salió abrochándose el brasiere. “Cerdo”, alcanzó a murmurar, cuando vio al gordo con la cabeza tirada sobre el sillón y un hilo de semen escurriéndole entre las piernas.
Afuera encontró a la Petris. ‘Qué onda”, preguntó ella.
-Un asco, son un asco estos marranos burgueses. Pero yo les voy a dar su centro histórico sin esquinas, ya lo verás...

martes, 16 de febrero de 2010

Molestia


Deje ya de hacerse la chistosa, apúrese, qué no ve la cola que hay, dijo, una cabeza que apenas se asomaba entre la fila. La señora calculaba su presupuesto con cada verdura que la cajera pesaba. Le angustiaba que cada vez que ponía un artículo nuevo, apretaba la báscula con un costado de la mano; ¿sería que con eso hacía que las cosas “pesaran más”, es decir, que la báscula calculara a favor de la tienda? Era como una manía, de la cajera, a la que un hombre poco discreto vigilaba desde el pasillo, y de la clienta, quien contaba el dinero, sacándolo y regresándolo a su monedero. 
            Algunos otros clientes en la fila empezaban a ponerse también molestos; el comentario del hombre canoso había elevado la tensión. Unos se apuraban a calcular mentalmente lo que llevaban en el carrito, otros daban una nueva vuelta a la revista de chismes o se miraban las uñas.
   Usted cree que la tienda tiene tiempo de sobra para usted, señora. Mire la cola, nada más, qué va a decir la señorita; señorita, ¿no hay un supervisor, el gerente, alguien que apure a la señora? ¿Qué, le molesta mi comentario?
   Mire, señor, lo que me molesta es la injusticia.
   Ah, ¡le parece justo que toda esta gente esté aquí parada, esperando a que usted haga cuentas!
   No, señor, pero hay muchas cajas, ¿por qué no las abren?
   Pues porque no hay cajeras; y en todo caso la tienda no va a estar pagando cajeras, sólo porque hay señoras babosas que no saben calcular lo que compran.
   Mi hija está en casa sin trabajo, pero no la aceptan de cajera porque está embarazada…
   ¡Pues ese es su problema!
   Es lo que le digo, lo que me molesta no es que un viejo grosero me insulte en el super; eso es lo de menos. Me molesta la explotación de los trabajadores. Yo no sé, pero a mí me parece que también es explotación que no haya trabajo para algunos.
   ¡Vieja miserable!
   ¿Usted trabaja en Pemex?, porque lleva una camisa con el logotipo…
   Yo soy del sindicato…
   ¿Y no le parece que hay mucha pobreza?… y también mucha riqueza, vea nomás esta tienda gringa…
   Pobres, los jodidos, los que no trabajan, por flojos, no sé por qué.

Un par de hombres de traje se acercaron entonces, pidiendo a la señora que los acompañara. La llevaron a la salida de la tienda. Tome sus bolsas, señora, dijo uno. Son 245 pesos. Páguelos aquí a la cajera y no vuelva a esta tienda, por favor.
            La cajera la miró apenada. Yo también estaba embarazada antes de conseguir este trabajo, dijo. Tuve que esperar a tener mi bebé, y ahora lo dejo con una vecina, para venir a trabajar. Mi esposo está en la cárcel por robar materiales en su trabajo. Mire, no me pague nada, yo veo cómo le hago…
            Estaba a punto de devolverle el dinero cuando se asomó el gerente. El hombre de la camisa morada, del sindicato de Pemex, salió ufano. Una patrulla se estacionaba en la puerta del estacionamiento. Entonces empezó el terremoto.

La búsqueda


José se levantó una vez más. La cafetera dejó de sonar, señal de que el café se había quemado. Otra vez, carajo. Apagó la lumbre y regresó a la computadora. ¡Esta mierda, odio que Facebook me regrese siempre al pinche Muro! Movió el mouse, apretó una tecla y salió de nuevo hacia la cocina. Movió la cafetera y puso en su lugar un posillo con agua de la llave. Igual hierve, a mí me gusta caliente. Esta vez con mucha paciencia, tomó el mate, le dio un par de nalgadas y se ayudó con la pipeta para terminar de sacar a hierba vieja. Puso nueva, que sacó de un envase plástico tubular y metió la pipeta de nuevo, esta vez colocándola en el fondo del mate, abajo y a la izquierda. Colocó el mate a un lado de la estufa y no volvería por él sin antes dar dos o tres vueltas para ver el estado del agua. Mientras aprovechó para dar instrucciones a la computadora.
            Pero cómo podría llamarse, sería que tampoco le gustan estas cosas. Sería una verdadera antisocial, si no baila ni usa las redes virtuales; por eso estaba sola. Sí, se dijo, no podía ser de otra forma. Pero, esa mirada. No era de una que prefiere mirar cruda y críticamente a toda la gente, que asiste a una fiesta sólo para confirmar que nada tiene que hacer ahí. Y en todo caso, una persona así seguramente sería asidua de las redes sociales virtuales. Estoy seguro de que le gusté. Pero tampoco era que José tuviera tal poder de atracción. En realidad era una excepción que alguien lo mirara así en una fiesta, que hiciera lo posible por pararse cerca, sola y lista para ser abordada. Por lo tanto, tampoco tenía muchos recursos verbales, y esa radical coherencia que lo caracterizaba le impedía andar con historias o presunciones.
            Sirvió un poco de agua, acomodó la hierba con la pipeta, un poco más de agua y sin reservas dio un primer trago, largo, lento. Tenía que empezar con A. De hecho había escuchado que la llamaban Ale, pero no era esa tal Alexandra, ni ninguna de las Alejandras que aparecían arriba. El primer paso había sido tan fácil… Encontrar a la amiga no le había causado mucho problema. Serían grandes amigas en la vida real, así que… Esta también es la vida real. Uno puede tener un millón de “amigos”, “contactos”, en una red virtual, pero los verdaderos amigos, a los que uno frecuenta, con los que tiene relaciones cara a cara, esos deben estar entre los “amigos virtuales”, casi siempre con sólo media cara en su foto de perfil, en una pose extraña, sexy, en su mejor ángulo, caricaturizada, y muchos de plano ponen a su mascota o a su ídolo. Casi siempre da igual. Pero esta vez sería importante que la pudiera reconocer.
            Tenía listo el mensaje que pondría después de enviar la “solicitud de amistad”: No sé bailar, ni me gusta. No sé bailar era una de las pocas frases que había escuchado de aquella mujer ciertamente flaca, pero muy atractiva. Muy guapa. En realidad era el sueño de cualquier antisocial como él. Alguien que no quisiera presentarle a su familia, que no quisiera llevarlo a las fiestas de todos sus amigos, introducirlo en su círculo de amistades. Él es José, dice que adoptó el nombre por una novela de Kafka, diría presumiendo una cierta cultura que en todo caso le pertenecía a José y no a ella. Pero no, ésta no parecía de ese tipo. Le gustaba el rock, eso es seguro. Claro, debía estar poco actualizada. Y bueno, en realidad no hay mucho que escuchar en años recientes…
           Dio otro sorbo y miró a la computadora. Dejó un poco esta página, para leer de nuevo que en La Jornada no hablan más que del Peje y el PRD. Estoy hasta la madre de éstos. Volvió a la ventana de Facebook. Tenía un mensaje. Miró. Quién carajos es Alixóchitl Ka.

lunes, 15 de febrero de 2010

Un barquito

Había una vez un barquito en el que una hermosa pareja había iniciado una aventura por el océano.  Pero un día, no se sabe bien por qué razones, a ellos les pareció que la aventura se estaba poniendo peligrosa, de forma que tomaron dos lanchas y abandonaron la nave. Al bajar, la primera travesura del mar fue intentar separar ambas lanchas, lo cual habría logrado de inmediato, si no fuera porque uno de ellos tomó el remo de la otra lancha. Así anduvieron un tiempo, entre tempestades y bellos atardeceres, a veces más cerca, aveces más lejos; hasta que un día el mar se puso más picado y más cada vez. La mano terminó por cansarse y soltó la punta del remo, dejando que las yemas de los dedos resbalaran despacio, terminando por caer al vacío. Cada lanchita tomó su rumbo, ambas llegaron tarde o temprano a tierra firme, cada una en un continente al que acabaron haciendo propio. Ahí cada uno bajó y tomó rumbo tierra adentro. Una vez más vieron tempestades y preciosos atardeceres, tuvieron alegrías y dolores, y murieron mucho después, cada uno en tiempos y condiciones propias, separados, siempre separados. Del barco se supo poco, casi sólo que siguió a la deriva mucho tiempo, a veces con tempestades, a veces con lindos atardeceres, rondando el mundo, solo, sin alguien que lo condujera.

* Por supuesto, el nombre de este blog está tomado de la famosa obra que Antonio Gramsci escribiera desde una cárcel milanesa hace exactamente ochenta años, y que desde los años setenta ha sido publicada como “Los cuadernos de la cárcel”. Poco se parece la situación italiana del fascismo de los treinta a la del México del bicentenario. Aunque poco no quiere decir nada. Las semejanzas entre Benito y Felipito (por supuesto que no hablo de Don Gato y Mafalda) las encontrará el lector por su cuenta.

Con todo, las líneas que se comparten en este blog fueron realizadas desde la calle y no desde una cárcel. Aunque, efectivamente, pisaron primero algún cuaderno. ¿En libertad? Bueno, la respuesta es relativa y da para más preguntas que afirmaciones: ¿Puede hablarse de libertad en la actualidad, cuando somos vigilados por cámaras “de seguridad” en las tiendas de autoservicio, en el metro, en las calles, en las escuelas y oficinas…; cuando el pensamiento dominante prescribe desconfiar, vigilar, acusar al semejante; cuando los medios de comunicación nos machacan todo el día con el terror y la enajenación; puede hablarse de libertad, en fin, en el capitalismo?

Más de uno ha señalado ya que la democracia liberal lo que vino a legitimar fue precisamente la libertad acotada al dinero. Mientras en el feudalismo el esclavismo y la desigualdad eran legales, en el capitalismo son legítimos con base en el poder económico.

Sin embargo, siempre quedan resquicios para la emancipación. Los cuadernos de la calle pretenden únicamente contribuir con una uñita, como dicen los zapatistas, para rasgar una línea, una forma, en el muro que divide a los de arriba y a los de abajo, en el paredón al que suelen ser condenados aquellos que una y mil veces se rebelan en la historia; ese Muro que un día caerá no como “fin de la Historia” y supuesto triunfo final del capitalismo, sino sobre la cabeza de los capitalistas, como derrota definitiva del capitalismo y el pensamiento único, hegemónico, dominante, heterogeneizante. Será el principio, pues, de las historias, los cuentos, las utopías, las emancipaciones, las libertades…

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