Líneas y formas para llevar

Si te gusta algo de aquí, puedes usarlo libremente, siempre que no seas una empresa capitalista, alguien que explota la fuerza de trabajo ajena, un represor o un transa que quiere adjudicarse estas líneas callejeras... *

José Kaff

sábado, 7 de noviembre de 2009

El cuento de la Pachamama

Morada caminó a la ventana. Abrió la boca y dejo salir una nube que, al estrellarse con el vidrio, empañó las montañas más redondas y lejanas que esta perspectiva suelen regalarle. Se agachó un poco, apuntó con la mirada y dibujó dos montes con el dedo.

A miles de kilómetros de ahí un indio quechua escribía un poema para el encuentro pastoral del fin de semana. No sabía que Morada ya lo había pensado. Bascopa asegura que antes lo dijeron sus antepasados, que debió perderse en alguna esquina ensangrentada de la historia, que así es como describieron los antiguos a la Pachamama. Pero Morada habría argumentado que cómo era posible que ella lo supiera, si no fuera que ELLA lo había inventado. “Descubierto“, corrige Yayá Cucho.
-Se dice “descubierto“, tú no lo inventaste, lo viste en la ventana. ¿Acaso tú pusiste ahí los cerros? No, ¿tú sembraste el pino y la ceiba que estaban antes ahí? No, ¿tú los cortaste? No.
Morada, callada, se quedó mirando a Yayá. Bajó la vista y tardó un largo minuto en empezar a llorar. Él tardó mucho más para convencerla de que no la estaba regañando.
Morada por fin levantó la vista. Yayá había logrado empañar el área más grande de la ventana que alguien hubiera podido jamás. En realidad parecía que había traído toda la niebla del mundo. Morada sonrió. Aprisa volvió a pasar el dedo por el contorno de las montañas, teniendo mucho cuidado de no rasurar los pezones de la Pachamama.
-¿Sabes, Yayá? Las montañas son las tetas de la Tierra, ¿viste cómo en esos dos montes los pezones se miran bien clarito?
Lejos, Bascopa tachonea su poema. Vuelve a escribir. Tachonea y regresa a la idea inicial. “Lo dijeron los antepasados“, insiste, “no hay mucho que pensar“.
Morada se acercó a la ventana, sacó la cabeza y dejó escapar el suspiro más grande del mundo. El mundo se nubló. Yayá pasó el dedo por el paisaje dibujando una escalera. Ambos subieron. Desde el cielo dijeron: “es cierto, la Tierra es una mamá”. Luego bajaron, llamaron a Ela. Se la quedaron mirando. ¿Viste como a sus chichis parece que les hubieran cortado unos árboles?
Bascopa terminó su poema. Hablaba de las partes del cuerpo de la Pachamama. Al padre Manolo le encantó.



1 comentario:

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* Por supuesto, el nombre de este blog está tomado de la famosa obra que Antonio Gramsci escribiera desde una cárcel milanesa hace exactamente ochenta años, y que desde los años setenta ha sido publicada como “Los cuadernos de la cárcel”. Poco se parece la situación italiana del fascismo de los treinta a la del México del bicentenario. Aunque poco no quiere decir nada. Las semejanzas entre Benito y Felipito (por supuesto que no hablo de Don Gato y Mafalda) las encontrará el lector por su cuenta.

Con todo, las líneas que se comparten en este blog fueron realizadas desde la calle y no desde una cárcel. Aunque, efectivamente, pisaron primero algún cuaderno. ¿En libertad? Bueno, la respuesta es relativa y da para más preguntas que afirmaciones: ¿Puede hablarse de libertad en la actualidad, cuando somos vigilados por cámaras “de seguridad” en las tiendas de autoservicio, en el metro, en las calles, en las escuelas y oficinas…; cuando el pensamiento dominante prescribe desconfiar, vigilar, acusar al semejante; cuando los medios de comunicación nos machacan todo el día con el terror y la enajenación; puede hablarse de libertad, en fin, en el capitalismo?

Más de uno ha señalado ya que la democracia liberal lo que vino a legitimar fue precisamente la libertad acotada al dinero. Mientras en el feudalismo el esclavismo y la desigualdad eran legales, en el capitalismo son legítimos con base en el poder económico.

Sin embargo, siempre quedan resquicios para la emancipación. Los cuadernos de la calle pretenden únicamente contribuir con una uñita, como dicen los zapatistas, para rasgar una línea, una forma, en el muro que divide a los de arriba y a los de abajo, en el paredón al que suelen ser condenados aquellos que una y mil veces se rebelan en la historia; ese Muro que un día caerá no como “fin de la Historia” y supuesto triunfo final del capitalismo, sino sobre la cabeza de los capitalistas, como derrota definitiva del capitalismo y el pensamiento único, hegemónico, dominante, heterogeneizante. Será el principio, pues, de las historias, los cuentos, las utopías, las emancipaciones, las libertades…

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