Líneas y formas para llevar

Si te gusta algo de aquí, puedes usarlo libremente, siempre que no seas una empresa capitalista, alguien que explota la fuerza de trabajo ajena, un represor o un transa que quiere adjudicarse estas líneas callejeras... *

José Kaff

domingo, 21 de febrero de 2010

El centro sin esquinas

Al centro lo quieren ver sin esquinas, dijo Eli, mientras se quitaba el brassiere de olanes negros. Se miró en el espejo. Dio una vuelta metiendo la panza, apretó las nalgas, pero antes de llegar a vérselas reviró el giro, acercando la cara bruscamente al espejo. Se quitó algo del ojo izquierdo y repitió: “Al centro lo quieren ver sin esquinas; un negocio redondo”. Se acarició los pechos y salió.
En un sillón a media luz, un hombre grande y gordo levanta una copa espumosa. Se limpia la barba y alza la vista. Su mirada penetra a Eli, la rebasa, sale por la ventana del lujoso baño e inicia un viaje fantástico por la noche. Luces de ciudad, todo en orden. Parece Las Vegas, pero es mejor que Las Vegas, piensa. “Ciudad de México“, dice el gordo en voz alta. Eli no se inmuta, parada en la puerta del baño, inmóvil, hasta que de pronto inicia su actuación. Al vuelo recoge una nota del aparato que suena no se sabe dónde.
Da unos cuantos pasos, demasiados, piensa, para ir del baño al sillón. Quién puede sostener la mirada ardiente durante un transcurso tan largo. No detiene el baile, su cuerpo sigue moviéndose, y a pesar de todo, sus ojos conservan el fuego.
Las piernas largas y bien formadas se muestran con todo su esplendor, apenas iluminadas por una lámpara de piso en cuyo alto se levanta una réplica del Ángel de la Independencia forjada en oro. 
El viaje del gordo se detiene justo cuando al pasar la mirada por el negro profundo que ubica entre las piernas de Eli. Lo penetra. Entre sus propias piernas sucede un intento de erección, insuficiente para levantar cualquier cosa debajo de esa norme barriga peluda. Intenta concentrarse, pero se cruza una idea que viene quién sabe de dónde, justo al mismo tiempo que una flecha le atravesaba la cabeza a la altura de las sienes, haciendo deslizar una gota oscura y brillante por la cara y hacia la barba. 
“Un centro sin esquinas... ¡Haremos las calles circulares!“ Se vio de pronto ordenándole esto al político que no acababa de poner las nalgas en el sillón de piel, y que sabía que tendría un mandato al salir de esa oficina, en las alturas de quién sabe qué torre “inteligente“. 
La mano de Eli intervino en el vacío; la imagen de sus dedos penetrando en el infinito hubieran provocado en cualquier cuerpo sano el mayor de los estremecimientos, pero este gordo es imbatible.
“El centro lo quieren sin esquinas”, repitió Eli en voz alta, justo cuando el gordo dejaba caer la cabeza en el respaldo del sillón y la copa se estrellaba en el tapete persa que delimitaba el espacio privado del cerdo magnate.
- Es un negocio redondo, acéptelo
-¿De qué chingaos me estás hablando?
- Ustedes quieren al Centro histórico sin esquinas.
- ¿Quiénes son “ustedes“; yo no soy “ustedes“, yo soy Yo, y el “Centro histórico es mío”, y hago con él lo que quiero.
El ombligo le brincaba en el centro de la enorme barriga. Eli dio media vuelta y se enfiló hacia el baño.
-¡Ve acá, tú también eres mía, yo te voy a pagar y haces lo que yo te diga!
-¡Usted no paga un carajo, usted roba, y conmigo no va a hacer más negocios!, alcanzó a decir ya casi iba alcanzando la puerta del baño.
Al atravesar el umbral, las nalgas de Eli brillaron como un relámpago.
- Ustedes quieren acabar con las esquinas... nos quieren a todas a su servicio en hoteluchos como este. 
Lo dijo apretando las nalgas de una manera sublime, mientras recogía algo de ropa en la entrada del baño. El gordo lo sintió como si le estuviera apretando el todavía flácido y pequeño miembro que se agazapaba debajo de su barriga. No hubo erección, sólo una repentina eyaculación, acompañada de un casi imperceptible gemido, que anunciaba el último latido de un músculo que no podría llamarse corazón.

Eli prosiguió su discurso en el baño: “Ustedes se creen el centro del universo, el ombligo del mundo; nosotras sólo reclamamos una esquina en la periferia, un metro cuadrado en donde trabajar dignamente... no a vendernos como creen ustedes, no a prostituirnos, como hacen ustedes, no a robar a todos, como acostumbran ustedes”.
Salió abrochándose el brasiere. “Cerdo”, alcanzó a murmurar, cuando vio al gordo con la cabeza tirada sobre el sillón y un hilo de semen escurriéndole entre las piernas.
Afuera encontró a la Petris. ‘Qué onda”, preguntó ella.
-Un asco, son un asco estos marranos burgueses. Pero yo les voy a dar su centro histórico sin esquinas, ya lo verás...

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* Por supuesto, el nombre de este blog está tomado de la famosa obra que Antonio Gramsci escribiera desde una cárcel milanesa hace exactamente ochenta años, y que desde los años setenta ha sido publicada como “Los cuadernos de la cárcel”. Poco se parece la situación italiana del fascismo de los treinta a la del México del bicentenario. Aunque poco no quiere decir nada. Las semejanzas entre Benito y Felipito (por supuesto que no hablo de Don Gato y Mafalda) las encontrará el lector por su cuenta.

Con todo, las líneas que se comparten en este blog fueron realizadas desde la calle y no desde una cárcel. Aunque, efectivamente, pisaron primero algún cuaderno. ¿En libertad? Bueno, la respuesta es relativa y da para más preguntas que afirmaciones: ¿Puede hablarse de libertad en la actualidad, cuando somos vigilados por cámaras “de seguridad” en las tiendas de autoservicio, en el metro, en las calles, en las escuelas y oficinas…; cuando el pensamiento dominante prescribe desconfiar, vigilar, acusar al semejante; cuando los medios de comunicación nos machacan todo el día con el terror y la enajenación; puede hablarse de libertad, en fin, en el capitalismo?

Más de uno ha señalado ya que la democracia liberal lo que vino a legitimar fue precisamente la libertad acotada al dinero. Mientras en el feudalismo el esclavismo y la desigualdad eran legales, en el capitalismo son legítimos con base en el poder económico.

Sin embargo, siempre quedan resquicios para la emancipación. Los cuadernos de la calle pretenden únicamente contribuir con una uñita, como dicen los zapatistas, para rasgar una línea, una forma, en el muro que divide a los de arriba y a los de abajo, en el paredón al que suelen ser condenados aquellos que una y mil veces se rebelan en la historia; ese Muro que un día caerá no como “fin de la Historia” y supuesto triunfo final del capitalismo, sino sobre la cabeza de los capitalistas, como derrota definitiva del capitalismo y el pensamiento único, hegemónico, dominante, heterogeneizante. Será el principio, pues, de las historias, los cuentos, las utopías, las emancipaciones, las libertades…

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