Líneas y formas para llevar

Si te gusta algo de aquí, puedes usarlo libremente, siempre que no seas una empresa capitalista, alguien que explota la fuerza de trabajo ajena, un represor o un transa que quiere adjudicarse estas líneas callejeras... *

José Kaff

martes, 16 de febrero de 2010

Molestia


Deje ya de hacerse la chistosa, apúrese, qué no ve la cola que hay, dijo, una cabeza que apenas se asomaba entre la fila. La señora calculaba su presupuesto con cada verdura que la cajera pesaba. Le angustiaba que cada vez que ponía un artículo nuevo, apretaba la báscula con un costado de la mano; ¿sería que con eso hacía que las cosas “pesaran más”, es decir, que la báscula calculara a favor de la tienda? Era como una manía, de la cajera, a la que un hombre poco discreto vigilaba desde el pasillo, y de la clienta, quien contaba el dinero, sacándolo y regresándolo a su monedero. 
            Algunos otros clientes en la fila empezaban a ponerse también molestos; el comentario del hombre canoso había elevado la tensión. Unos se apuraban a calcular mentalmente lo que llevaban en el carrito, otros daban una nueva vuelta a la revista de chismes o se miraban las uñas.
   Usted cree que la tienda tiene tiempo de sobra para usted, señora. Mire la cola, nada más, qué va a decir la señorita; señorita, ¿no hay un supervisor, el gerente, alguien que apure a la señora? ¿Qué, le molesta mi comentario?
   Mire, señor, lo que me molesta es la injusticia.
   Ah, ¡le parece justo que toda esta gente esté aquí parada, esperando a que usted haga cuentas!
   No, señor, pero hay muchas cajas, ¿por qué no las abren?
   Pues porque no hay cajeras; y en todo caso la tienda no va a estar pagando cajeras, sólo porque hay señoras babosas que no saben calcular lo que compran.
   Mi hija está en casa sin trabajo, pero no la aceptan de cajera porque está embarazada…
   ¡Pues ese es su problema!
   Es lo que le digo, lo que me molesta no es que un viejo grosero me insulte en el super; eso es lo de menos. Me molesta la explotación de los trabajadores. Yo no sé, pero a mí me parece que también es explotación que no haya trabajo para algunos.
   ¡Vieja miserable!
   ¿Usted trabaja en Pemex?, porque lleva una camisa con el logotipo…
   Yo soy del sindicato…
   ¿Y no le parece que hay mucha pobreza?… y también mucha riqueza, vea nomás esta tienda gringa…
   Pobres, los jodidos, los que no trabajan, por flojos, no sé por qué.

Un par de hombres de traje se acercaron entonces, pidiendo a la señora que los acompañara. La llevaron a la salida de la tienda. Tome sus bolsas, señora, dijo uno. Son 245 pesos. Páguelos aquí a la cajera y no vuelva a esta tienda, por favor.
            La cajera la miró apenada. Yo también estaba embarazada antes de conseguir este trabajo, dijo. Tuve que esperar a tener mi bebé, y ahora lo dejo con una vecina, para venir a trabajar. Mi esposo está en la cárcel por robar materiales en su trabajo. Mire, no me pague nada, yo veo cómo le hago…
            Estaba a punto de devolverle el dinero cuando se asomó el gerente. El hombre de la camisa morada, del sindicato de Pemex, salió ufano. Una patrulla se estacionaba en la puerta del estacionamiento. Entonces empezó el terremoto.

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* Por supuesto, el nombre de este blog está tomado de la famosa obra que Antonio Gramsci escribiera desde una cárcel milanesa hace exactamente ochenta años, y que desde los años setenta ha sido publicada como “Los cuadernos de la cárcel”. Poco se parece la situación italiana del fascismo de los treinta a la del México del bicentenario. Aunque poco no quiere decir nada. Las semejanzas entre Benito y Felipito (por supuesto que no hablo de Don Gato y Mafalda) las encontrará el lector por su cuenta.

Con todo, las líneas que se comparten en este blog fueron realizadas desde la calle y no desde una cárcel. Aunque, efectivamente, pisaron primero algún cuaderno. ¿En libertad? Bueno, la respuesta es relativa y da para más preguntas que afirmaciones: ¿Puede hablarse de libertad en la actualidad, cuando somos vigilados por cámaras “de seguridad” en las tiendas de autoservicio, en el metro, en las calles, en las escuelas y oficinas…; cuando el pensamiento dominante prescribe desconfiar, vigilar, acusar al semejante; cuando los medios de comunicación nos machacan todo el día con el terror y la enajenación; puede hablarse de libertad, en fin, en el capitalismo?

Más de uno ha señalado ya que la democracia liberal lo que vino a legitimar fue precisamente la libertad acotada al dinero. Mientras en el feudalismo el esclavismo y la desigualdad eran legales, en el capitalismo son legítimos con base en el poder económico.

Sin embargo, siempre quedan resquicios para la emancipación. Los cuadernos de la calle pretenden únicamente contribuir con una uñita, como dicen los zapatistas, para rasgar una línea, una forma, en el muro que divide a los de arriba y a los de abajo, en el paredón al que suelen ser condenados aquellos que una y mil veces se rebelan en la historia; ese Muro que un día caerá no como “fin de la Historia” y supuesto triunfo final del capitalismo, sino sobre la cabeza de los capitalistas, como derrota definitiva del capitalismo y el pensamiento único, hegemónico, dominante, heterogeneizante. Será el principio, pues, de las historias, los cuentos, las utopías, las emancipaciones, las libertades…

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